Las Increíbles Historias de El Lobo
Lo que a partir de ahora se va a relatar son diversas situaciones vividas a lo largo de los años que llevamos juntos. Se va a relatar desde un punto de vista objetivo y con un cierto tono irónico, y no con la precisión que se debiera a causa de la volátil memoria del audaz escritor. Ahí va:
de cuando fue a Torrevieja unas cuantas veces en 2 días.
Verano. Julio de 1998. Una expedición formada por Benji, Juan, Josué, Ferrer, Manoli, el Fredy y Raúl se encaminaron a pasar un fin de semana en la localidad ¿alicantina? de Torrevieja. Todos compraron sus respectivos billetes de autobús de ida y vuelta, Raúl incluido.
Pero hete aquí que nuestro protagonista resultó castigado por Agustín, su padre, el cual le requisó los billetes. Raúl, poco amigo de las discusiones, compró un billete de ida y sin más dilación (y sin avisar a su padre de que se iba, y sin avisar a sus amigos “pringaos” que se quedaron en Esquivas, y sin avisar a los que se encontraban en Torrevieja) emprendió el viaje hacia la tierra prometida.
A las seis de la mañana apareció en la estación de autobuses, cogió su maleta e inició su viaje hacia ningún sitio, ya que desconocía dónde se encontraba el piso de sus queridos amigos.
Aquí aparece por primera vez una de las situaciones más repetidas (y admiradas por no pocos) a lo largo de muchos años realizada por sus seres queridos. Conociendo la sencilla (o quizás demasiado compleja) personalidad del amiguete, su madre telefoneó a los que se encontraban en Torrevieja avisando que su adorable y encantadora criatura se disponía a realizar la gran hazaña de encontrarlos.
Por suerte para Raúl (es muy probable que hubiera podido caer en una red de trata de esclavos), allí estaban todos esperándolo. Fue llevado sano y salvo al campamento base y todos se fueron de fiesta.
Raúl llevaba adquiridos tres billetes de tren y sólo había viajado una vez. Eso está bien, pero no era suficiente para él. La partida estaba prevista para la mañana del domingo. Concretamente a las 08:00 (que Dj me perdone si me equivoco). Naturalmente, había que vivir la noche del sábado al máximo. Nadie la desaprovechó, aunque, algunos la aprovecharon más que otros.
Especialmente Alfredo y Raúl. Conocieron a unas chicas de Villaverde y se fueron a su apartamento tras haber sido avisados de la hora de salida y que debían hacer las maletas rápidamente.
La actuación de Alfredo es disculpable, pues se encontraba en un estado psico-físico post-euforia tras haberse bebido el agua de los floreros (y según algunas fuentes, el de tres retretes). La actuación de Raúl puede que también sea disculpable, pero eso debería ser debatido en algún congreso de psicólogos.
El caso es que ya en el piso de las chicas de ese modélico barrio que es Villaverde, Fredy (así conocido en nuestro selecto ámbito) se sumió totalmente en las profundidades de un sofá.
Raúl, impertérrito, admiraba la figura que dibujaba su compañero y también cómo el resto de las personas recogían rápidamente su equipaje para volver a sus hogares, pues debían tomar el siguiente autobús hacia Madrid.
Llegado ese momento, nuestro protagonista miró al fin su reloj, y pensó “ya no llegamos”. Nada más. Las mujeres, en un acto de infinita bondad, se dieron cuenta de la situación, llamaron a un taxi y enviaron los cuerpos de Alfredo y de Raúl a la estación de autobuses.
Finalmente, Raúl compró sus dos últimos billetes (uno para Alfredo) y regresaron a Esquivias, de donde quizás nunca tuvo que haber salido para tranquilidad de sus semejantes.
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